A su Santidad, el Papa Francisco.

Me dirijo a usted por la necesidad propia de una madre de velar por el bienestar y felicidad de sus hijos.

No es secreto ante los ojos del mundo que, actualmente, los venezolanos estamos atravesando una de las crisis más graves de su historia, dónde además de enfrentarnos a un día a día lleno de escasez e inseguridad, nos enfrentamos a un sistema de gobierno corrupto cuya única aspiración es el beneficio propio, sin importar el costo de este.

Este sistema de gobierno que se ha encargado de destruir nuestro país hasta el punto en que algunas veces pronunciar su nombre llena nuestros corazones de angustia y temor por el futuro.

Es dolorosa la forma en que los venezolanos somos tratados, soportando violaciones a nuestros derechos humanos y observando como la juventud valiente de nuestro país se rebela contra el adoctrinamiento y la sumisión.

Todos los días, las madres de Venezuela les dan la bendición a sus hijos con el corazón lleno tanto de esperanza como de angustia, ya que lamentablemente, en muchos casos, estos jóvenes no regresan a casa porque o les arrebataron la vida o fueron privados de libertad injustamente.

En mi caso particular, yo, Alis Flores, madre venezolana, he tenido que vivir la dura situación de que mi hijo se encuentre en la cárcel, en lugar de estar a mi lado.

Primero, me gustaría contarle quién es mi hijo. Su nombre es Carlos Alfredo Ramírez Flores, aunque es conocido en la ciudad de Mérida como “Pancho”.

Mi hijo nació el 8 de Marzo de 1990 en el estado Mérida.

Desde muy pequeño demostró su gran solidaridad y sus deseos de luchar por la justicia y la igualdad de todos.

Siempre fue un niño muy creyente en Dios, además de un niño muy activo, adoraba los deportes, en especial la natación.

Disculpe si lo lleno de detalles innecesarios, pero es que de verdad deseo que usted sepa lo importante que es mi hijo para mí.

Al terminar la escolaridad, ingresa a La Universidad de Los Andes, y es en esa casa de estudio donde inicia su vida política, uniéndose junto a sus compañeros en las distintas luchas reivindicativas de la universidad y el país, hasta que posteriormente se convirtió en un líder estudiantil conocido en todo el estado Mérida. Siempre tuve miedo de que mi hijo se involucrara en estas cuestiones políticas, ya que en nuestro país el riesgo de ser perseguido por pensar diferente al gobierno es muy alto y una madre nunca quiere ver a sus hijos pasando por estas situaciones. Sin embargo, a pesar de mis temores, siempre apoyé su inquebrantable espíritu de libertad y sabía que iba a llegar muy lejos.

Mi temor se cumplió el día lunes 15 de mayo a las 6:45 de la mañana, cuando mi hijo salió de su residencia y se dirigía al lugar de concentración donde la oposición venezolana había convocado una propuesta pacífica denominada “plantón”, la cual consiste en permanecer desde las 7 am hasta las 7 pm en las principales avenidas del país.

Mi hijo no tuvo ni tiempo de llegar al lugar, ya que fue interceptado por la Guardia Nacional Bolivariana y se lo llevaron a pesar de no tener una orden de captura en su contra y del descontento y la protesta de las personas que se encontraban o se dirigían a la concentración. Cabe resaltar que el sitio de concentración quedaba a una cuadra de donde residía.

Desde el primer momento, sus compañeros de la universidad se movilizaron de forma inmediata, la sociedad civil también demostró su disposición para intentar conocer su paradero. Sin embargo, nadie nos dio información y tampoco le permitieron asistencia legal a mi hijo, no fue sino hasta el miércoles 17 de mayo a la 5:30 de la tarde donde le permiten una llamada telefónica de un minuto en la cual comunica que se encontraba en la Base Aérea Militar del estado Lara (a nueve horas de la ciudad donde vivía) y que contaba con 30 minutos para presentar un abogado defensor porque cumplido ese tiempo comenzaba el juicio.

Los abogados que logramos localizar en esta ciudad lograron llegar minutos después de haber comenzado el juicio y, al finalizar, los abogados nos informaron que lo habían procesado por un tribunal militar, siendo él un civil.

Los cargos que le imputaron fueron rebelión militar y ultraje al centinela, con privativa de libertad y sitio de reclusión en la cárcel 26 de julio en el estado Guárico (a doce horas de la ciudad de residencia). Sin ningún tipo de comunicación y en desconocimiento del estado de mi hijo, me dirigí al sitio de reclusión asignado por la juez militar y me informaron que mi hijo no se encontraba allí y es en ese momento donde inicia mi angustia y desesperación al no saber su ubicación ni estado físico.

Regresé al estado Mérida y logré hablar con la juez militar y el fiscal que imputó a mi hijo, ambos desconocían su paradero y por más que les rogué no me dieron respuesta alguna.

Empecé a buscar impacientemente a mi hijo en diferentes cárceles y en todas era tratada de la misma manera soez e indolente. No pude comunicarme ni obtener información de mi hijo hasta el día 27 de mayo, cuando recibí una llamada telefónica en la que, con la voz quebrada, me informó que se encontraba en la sede de Contrainteligencia Militar en Caracas (a doce horas de la ciudad donde residía) y que necesitaba artículos personales que inmediatamente entregamos en la cárcel, aunque luego nos enteramos de que no se los hicieron llegar jamás. Dos días después, se comunica conmigo un abogado defensor de uno de los presos recluidos en la misma cárcel que mi hijo y me informa que mi hijo había sido terriblemente torturado, sin derecho a comer ni ir al baño, esposado de manos y pies y con su rostro totalmente cubierto, recibiendo golpes y descargas eléctricas.

Podrá usted imaginar el dolor que sentí al no poder hacer nada para asegurarme de que mi hijo estuviese a salvo, la desesperación y la frustración que me llenaron al saber que los cuerpos de seguridad y justicia de la nación torturaban a mi hijo, violando sus derechos y poniendo en riesgo su vida.

El día 31 de mayo, recibí otra llamada donde mi hijo me informó que fue trasladado a la cárcel Fénix del estado Lara, me cuenta que fue maltratado y que necesita artículos personales, y es ahí cuando nos enteramos que nunca le hicieron llegar los que les habíamos enviado previamente. Le di la bendición y le transmití fuerza y fe, aunque sentía a mi corazón fracturarse al imaginar a mi hijo siendo torturado.

Esta situación me ha presentado a los días más difíciles que he vivido. He sido humillada y maltratada en los organismos a donde me he dirigido a buscar ayuda para mi hijo. Sin embargo, mi fe en Dios y en la Virgen de Guadalupe me ha mantenido fuerte y tengo la certeza de que todas las personas que me han ayudado han sido puestas en mi camino gracias a la bondad de Dios.

Ahora, su Santidad, me tomo el atrevimiento de hacerle unas peticiones.

Le pido, en primer lugar, que ore por mi hijo y por todos los venezolanos, ya que nuestro pueblo posee mucha fe y estoy segura de que sus plegarias lograrán aliviar la angustia que vivimos en estos momentos tan difíciles donde más necesitamos de la mano reconfortante de Dios.

Le pido, además, que si está en su poder interceder de alguna forma para ayudarnos a salir de esta agonía y que yo y todas las madres venezolanas cuyos hijos se encuentran privados de libertad injustamente y siendo juzgados ante tribunales militares, violentando sus derechos humanos, podamos reunirnos y abrazarnos nuevamente y dedicarnos a reconstruir nuestra amada Venezuela, para que los valores abunden, las personas no mueran por falta de medicinas y alimentos y que podamos asegurarnos que todo esto quede como un mal recuerdo que no debe repetirse.

Gracias por dedicar su tiempo a leer estas líneas. Sé que el Espíritu Santo le dará la fuerza y la sabiduría para hacer lo que esté en su poder para ayudarnos a salir de esta situación.

Mérida, Venezuela 01 de junio de 2017.